martes, 25 de septiembre de 2012

¿Dónde están los "pura sangre" universitaria?


Entre mis preocupaciones, como de costumbre, tengo siempre presente el tema de la juventud que puebla este siglo. Una juventud que no deja de ser el desbocado motor de este mundo alocado y confuso para todos. Sin hablar de estos tiempos tan difíciles, que parecen nublar el juicio hasta del más audaz.

He podido observar durante estos años que ya no se lleva con honor el birrete, que se ha olvidado lo que significa ser universitario más allá de las orlas y las fotos con beca sobre la televisión.
Para horror mío y de cualquiera que aún siga pensando que la universidad es un centro donde crear profesionales, parece ser que estos tiempos han traído otros tipos distintos de "crisis" a parte de la económica, que es más que evidente.
La dudosa moralidad de una generación de jóvenes descontentos con su país, con sus familias (y aunque no lo reconozcan, con su entorno) sólo ha alimentado al monstruo nihilista que habita entre nosotros desde la entrada del nuevo milenio. Un monstruo que pretende lo mismo de siempre; sacarles hasta el último de sus flamantes euros a cambio de un ocio mundano, supuestamente infinito. A fin de cuentas, la divulgación de una moral basada en la complacencia humanista y egoísta de todos los tiranos.

No me siento respetado por ser universitario, de hecho soy consciente de que ningún universitario es respetado hoy día de igual manera que se respetaba hace años. Y eso tiene su explicación si nos paramos a pensar.

Los universitarios son y han sido siempre la élite de la sociedad en cuanto al saber y al conocimiento, cuyas puertas rara vez se les cerraban en las narices.
 Ahora no se necesita que estas puertas se cierren por mano ajena, sino que se las cierran ellos mismos como si tuviesen potestad para volver atrás y abrirlas. Y no es de extrañar.
Quien esté ávido de ciencia recurrirá a la Universidad, quien deseé saber más a cerca de sus inquietudes intelectuales también acudirá a la Universidad. El campus es un ser vivo que se alimenta con la actividad de jóvenes y viejos, con la interacción de sabios y necios. Como siempre ha sido. El debate y la interacción de varias posturas divergentes es VITAL para el progreso y la incorporación de nuevas ideas a la ciencia. ¿O no es acaso eso la Universidad?
Otra explicación del menosprecio que se tiene por los estudiantes es seguramente el numero de alumnos. Antaño era costoso (y exclusivo) el hecho de ir a la universidad. Eso aseguraba ciertos niveles de excelencia en sus individuos, aunque no en todos los casos, como ya se sabe. Lejos de atribuir a la Universidad un carácter clasista, bien es cierto que la presencia de un escaso número de doctos los hacía también valiosos, muy valiosos. Por el contrario, cuando prácticamente cualquiera puede ser licenciado y tener un máster, el mercado laboral se resiente. Porque no nos engañemos, el mercado laboral no busca cualquier sujeto, busca la excelencia, la mejor apuesta, lo competente, lo fuera de serie.

Hoy día como alternativa a esta fuente “física” de conocimientos, está, como no, Internet. Esto hace que la abundancia de conocimientos y de técnica haga cada vez mas compleja la inserción en el mundo laboral de graduados recién salidos de las aulas. Alumnos que, con una formación mediocre a causa de las decisiones políticas y la escasez de exigencias docentes (basadas en el mercantilismo), tratan de resolver las dudas de forma más o menos rápida y exacta.
La pureza del saber reside en los centros de enseñanza o dondequiera que haya un equipo mayor o menor de docentes e investigadores que sean capaces de ponernos sobre la pista de lo que andamos buscando. De nuevo el calor humano, el diálogo y la comprensión se hacen un factor inexcusable para el aprendizaje.

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El prestigio no deja de ser una mercancía más de este mundo. El “honoris causa” de los individuos sigue residiendo en su humanidad y en el trato que tienen con otras personas. ¿En qué asignatura me enseñarían a ser bueno con mis semejantes? No recuerdo ver ninguna en los recientes planes de estudios.

Lejos de abordar la temática a cerca de la necesidad de formar moralmente a los juristas, que es el ámbito que yo frecuento, surge también el tema de la necesidad de “depurar” la enseñanza que nos ha tocado sufrir. No recortando materias ni horas de clase, no. Depurando las personas que acuden con más o menos dificultad al ámbito universitario.
Antes me refería a “mercancía” en cuanto al prestigio, y no me equivoco cuando digo que el valor de las cosas se reduce cuando éstas pasan por muchas manos o son usadas por una amplia multitud de personas. El prestigio basado en la competitividad y la excelencia. El prestigio que siempre hemos apreciado en universidades como Harvard, Oxford o Yale.

¿Qué prestigio podemos encontrar si todos somos recibimos la misma formación? Ahí entra el asunto de las calificaciones. Que ya sabemos lo que son. Pero tratando de ir más lejos ¿Qué honores alcanzaré si toda una Administración se propone masificar las aulas en pos de los derechos de todos los usuarios? ¿Qué hay de elitista (socialmente hablando) en compartir las bancas de la cátedra con decenas de ceporros con animadversión al saber?.
Conclusión: A grandes rasgos no podemos encontrar prestigio, ni honores ni elitismos en el ámbito universitario español clásico.
Todos tenemos derecho a la educación, sí. Pero de calidad. Es lógico que no todos los jóvenes del nuevo Siglo han tenido el privilegio de gestarse una “apariencia universitaria”, apariencia que rara vez llega a cotejarse con la realidad.
Siempre he utilizado el símil del cuarto de baño. Cuando nos encontramos en el baño de una casa, usado por dos pares de seres humanos, observaremos que estará siempre más limpio que cualquier cuarto de baño público; usado por decenas de personas al día, que no lo limpian ni tienen por costumbre mantenerlo pulcro, puesto que no es suyo. Igual debería ser la institución universitaria, con la diferencia de que a pesar de que es usada por mucho más personal es una institución que pagamos con el dinero de todos. La solución es la de siempre: Tratar de evitar una masificación innecesaria y exigir responsabilidades cívicas a sus usuarios de la misma, para buscar ni más ni menos la misma finalidad que con el baño: mantenerlo decente para que cumpla decoroso sus objetivos.

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El universitario debe ser un grano de arena en la playa del conocimiento. Debe aspirar a la provocación, al debate, al dialogo y a la lucha dialéctica con otros usuarios, aunque luego se vayan de cañas. No deberá olvidar jamas que aprender y formarse es la esencia de la vida universitaria.

Si los universitarios gozasen del prestigio que el título les confiere, no llevarían el tren de vida al que su periodo de "formación" les lleva. Bien sea por un efecto contagioso de las malas costumbres a las que todos los jóvenes nos vemos tentados, bien porque su inmadurez les hace débiles ante otros criterios más fuertes. Se sabe que la mayoría de quienes están matriculados han mordido la manzana de la ignorancia y el desprecio por el saber. Como si ser universitario supusiese una de las tareas hercúleas.

El lujo y la altivez del universitario clásico se ha mezclado con la chusma becaria más despreocupada. Y no me malinterpreten; no lo digo por aquellas familias humildes que depositan en sus hijos e hijas su confianza, su escaso patrimonio y les confieren la difícil tarea de triunfar en la vida por sí solos. La esperanza más humilde en un futuro mejor. Como no pudieron sus padres, más desafortunados que ellos. No, no me refiero a las personas luchadoras. Me refiero a aquellos que han gestado en sí la idea de “como paga el Estado, hay que secar hasta la última gota del mueble-bar". La peligrosa idea del expolio de la sociedad de los derechos.
 Esa mentalidad despreocupada, ese pensamiento perezoso y desocupado del “lo haré mañana”, ese, ese es el cáncer inextirpable de nuestra sociedad universitaria actual. Y ni les quiero comentar lo que sucede cuando esta jauría se adentra (a la fuerza, por orden paterna) en el mundo laboral. Zapatiesta asegurada.
    
 


Es por eso que aún algunos conservan los modales y hablan "de usted" a los profesores. Por eso algunos sí siguen vistiendo como un campus se merece. Al igual que un padre muestra orgulloso a sus hijos ante los ojos de quienes no habitan bajo su techo. El orgullo universitario es algo más que un derecho, es una identidad, una potestad. Tal vez un carácter más de lo que debería ser una formación correcta.
Es por eso que algunos nos enorgullecemos cuando pisamos las aulas aunque sea para sentarnos, anónimos, entre las bancas, al otro lado de la cátedra, junto a la muchedumbre que cacarea y susurra sin parar. Sin ser consecuentes de los recursos que "alguien en Madrid" asume por nosotros por cuenta de los bolsillos de todos los españoles.
 Aunque a veces sintamos la vergüenza de identificarnos como unos intelectuales tenemos claro quiénes somos y qué hacemos cuando nos preguntan sobre nuestro oficio.