lunes, 7 de enero de 2013

El lado más humano de la maldad.


Tras mucho meditarlo he llegado a la conclusión de que, lejos de justificar nada, Heichmann no era sino un ser humano cualquiera. Un ser humano tanto como cualquier otro.
Su ejecución no tardaría en motivar un experimento de psicología social (de la mano de Stanley Milgram y su "maquinita de las descargas", personaje y experimento que sugiero investigar) que concluyó en que la maldad humana existe, y además desde tiempos inmemoriales, que el ser humano justifica su mala conducta y su sadismo con la subyugación que le exime de la responsabilidad de sus propios actos. Cualquiera de nosotros podría ser un nazi convencido de su aria misión, por mucho que les sorprenda.
En palabras de Eduard Punset: “El secreto para entregarse a la crueldad es desprenderse de la responsabilidad: libres del sentido de culpa, aparece el lado más oscuro de la naturaleza humana”

¿Qué pasa cuando el Poder nos justifica para asesinar, violar y esquilmar a los débiles? ¿Qué pasa cuando la responsabilidad de estos autores desaparece, cuando la conciencia es acallada con la falsa idea de estar obligado a ello?

Se produce entonces la ley pendular de la Naturaleza, en la que las víctimas pasan a ser verdugos a causa de su propia naturaleza humana, a causa de su íntimo resentimiento (personal y biológico).

Las elites que han ocupado el Poder tienen la maldición de perderlo y de perecer ante quienes lo ocupan posteriormente, ante los antiguos “subyugados”.
Cronológicamente le ha sucedido a la Iglesia Católica, a los monarcas europeos, a los burgueses y ahora, en el caso de España, a la masculinidad. Con más o con menos razón.
Todos los que han gozado de una posición de poder y pierden este “puesto”, acaban siendo arrastrados a los pies de los caballos por aquellos a los que han dominado.

El feminismo radical viene a ser a la masculinidad lo mismo que la Revolución Francesa de 1789 vino a ser para la monarquía gala. De igual modo que después sería la Revolución Bolchevique para la monarquía rusa y en esa misma línea, lo mismo que sucedió en la Hispania visigoda cuando aquellos exaltados musulmanes fueron conscientes de la debilidad de aquellos que antaño derrotaron a Roma.
El problema radica sin duda en la concepción personal y popular de la imagen de “enemigo”; si nadie hubiese considerado a la realeza (gala, rusa o visigoda) como responsable de las desgracias de su pueblo, éste nunca se hubiese revelado o actuado contra ella.

Es por eso que determinados mandatarios se afanan en mostrar su cara limpia ante los medios: es más fácil combatir un mal demonizado que un mal carismático. Eso lo sabemos desde la antigüedad.
En este caso, se ha considerado a la masculinidad como el responsable directo de la opresión femenina (supuestamente histórica). Un cuento que debió haber visto su fin en 1978, con nuestra nueva y flamante Constitución. Pero por desgracia esto no fue así; Según el feminismo actual, el patriarcado sigue oprimiendo a la feminidad en su conjunto, y es en el seno de nuestro sistema democrático donde esta y otras falacias tienen cabida bajo la irrebatible justificación de la libertad de expresión, que abarca todo tipo de ideas disparatadas que, por ley, han de ser respetadas.

Es en el seno de unos derechos civiles donde prácticamente todo tipo de lucha está justificada si el objetivo es tan loable que justifica los medios necesarios para alcanzarlo.

Cuando al pueblo español se le otorgan derechos, históricamente, tiende a abusar del sistema. Es un hecho va implícito en nuestra moral hispánica. Esto es así porque hemos permanecido demasiado tiempo subyugados a la voluntad del Poder. Es ahora cuando tenemos la posibilidad de ostentarlo ¡y qué casualidad! Lejos de hacer un uso responsable de nuestro poder, arremetemos contra los viejos señoríos y los falsos ídolos con los que nos educaron. ¿Es por tanto loable este mal llamado “progreso”? Rotundamente no.

Nuestro renacer es nuestra condena, personal y social. Es destino de un pueblo el ser libre pero con determinados límites; no se puede alcanzar la libertad ni la justicia mediante la destrucción de los viejos
enemigos. En eso se basa el sentido común y el sentido de la justicia. No podemos perseguir a quienes nos persiguieron porque si no sólo estamos cambiando la marioneta que se sienta en el sillón y porta el cetro.
Mantener un estado bélico perpetuo en el alma humana sólo nos empuja a sustituir al “disidente” por otra persona que interese perseguir, sólo para aplacar nuestro propio miedo a ser perseguidos. Eso, señores míos, no es avanzar, es justificar una matanza injustificable, es justificar una persecución, una cruzada que tiene por bandera retraerse hasta el punto de buscar una motivación vital que sólo acapara odio y destrucción a su paso. Odio para combatir el miedo, procurando estar siempre por encima incluso de la llamada “causa justa”.
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"De todas las Guerras Santas, Cruzadas y actos infames justificados a lo largo de la historia que he podido percibir, no he visto la verdadera presencia de ningún dios, sino la maldad y el resentimiento del ser humano."

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