sábado, 30 de agosto de 2014

La guerra de los niños.

Desde que el conflicto palestino-israelí se recrudeció hace ya varias semanas he estado resistiendo las ganas de escribir una entrada. Como siempre. El punto de vista que todos tenemos del histórico conflicto puede ser más o menos acertado. Más o menos real.

Hablar de la existencia de un poderosísimo lobby judío en Europa me parece una excusa lamentable por parte de determinadas corrientes ideológicas. De cara a la galería, cuando en los medios de comunicación europeos sólo se critican las actuaciones israelíes; resulta ridículo e insultante ver cómo algunos individuos hablan de un conflicto silenciado por Israel. En los informativos españoles sólo se muestran las prácticas abusivas de Israel en medio del conflicto. Ignorando o minimizando las víctimas de este mismo bando. Las explosiones de los múltiples Qassam que caen en suelo israelí. Las tácticas terroristas de Hamás… Lo único que vemos, y que nos impresiona, es una pila de cadáveres y miembros desmembrados entre cascotes de edificios. Que sean civiles o de Hamás es algo que nunca sabremos los televidentes desde este lado de la noticia, y nadie nos lo aclarará.

Podríamos pasar horas y horas discutiendo sobre quién tiene legitimidad en el conflicto y quien no la tiene. De a quién pertenece un trozo de suelo y por qué. De quién es un bárbaro opresor y quién un violento oprimido. De quién es el legítimo heredero de la Tierra Prometida y quién no… No es mi objetivo abordar un tema tan comentado como ese. Sin embargo quiero hacer una reflexión casi más importante que el conflicto en sí, y es la perpetuidad de la violencia en esa zona del mundo.
Como de padres a hijos se transmiten valores tales como el respeto, la educación, el gusto por la música, el hábito de lectura y demás. También en esos lugares se transmite una semilla que pasa de padres a hijos; un sentimiento de venganza que no tiene parangón. El odio, el resentimiento, las banas justificaciones de un conflicto entre seres humanos que sataniza a los enemigos del otro lado de la Blue Line y convierte en mártires a los combatientes del lado propio. Esa injusta guerra que siempre daña y dañará a los más débiles: los niños. El futuro del mañana.

Cuando desde la más tierna niñez un muchacho, que no supera los diez años, se ha criado con balas, violencia, bombas y muerte a su alrededor, es casi seguro que cuando crezca perpetúe el odio que le legó la generación de sus padres. De esa forma el conflicto se perpetúa. Y lo mismo que hablo de Palestina puedo hablar de regiones de Siria, Irak, Afganistán, el Líbano, Egipto, Ucrania, Congo, Colombia… La lista es interminable. No podemos cuantificar cuantos niños están siendo adoctrinados en el odio más perverso, inculcado por integristas (mayores de edad y enjuiciables en La Haya) de toda índole y credo.

                                 
(Varias niñas, vestidas conforme dictan los cánones islamistas, portan pesados AK-47 ante una bandera usada por el ISIS con la shahada "No hay más dios que Allah...". Hacen el símbolo con el dedo hacia arriba: Sólo un único dios)

Existe un papel mojado llamado Derechos del Niño. Al igual que los Derechos Humanos, son una legislación laxa cuya aplicación, en realidad, depende de los estados (no de la ONU) y de cuatro ONGs sin apenas financiación seria, por lo que la ignorancia sobre las barbaridades que suceden en el mundo es bastante grande. Como digo, tanto los Derechos del Niño como los Derechos Humanos son la gran falacia del S. XXI.
Con esto no quiero decir que los niños deban estar en una burbuja, aislados de todo lo que sucede a su alrededor (sobre todo cuando son sus padres y hermanos los que mueren en una guerra injusta). Sino más bien lo contrario; hacerles conscientes del conflicto desde una perspectiva de futuro. Es decir, desde la perspectiva de la paz. Porque un niño al que un proyectil enemigo ha matado a su madre no puedes hablarle de comprensión, de concordia, de “poner la otra mejilla”, ni de amor al prójimo. Ese chaval sólo piensa en la venganza ciega que todos sentiríamos en su situación. Pero está claro que las guerras no son eternas, y que duran lo que dura el interés de 'otros' por perpetuar el conflicto. Depende de nosotros mantener o destruir una fábrica de mártires abanderada por una espiral ininterrumpida de odio.

                                          

Dentro de los varios tipos de radicalización, la religiosa suele ser la peor de todas. Al contrario que una motivación política, o étnica, la religiosa comprende todos los ámbitos de la vida de los individuos. Tanto del adulto como del niño. Como un reguero de pólvora, todo puede saltar por los aires cuando un individuo inculca a otro que todas sus obras (buenas y malas) están amparadas y justificadas por dios. Que la recompensa divina y/o la fama póstuma le espera tras el martirio.
                   (Integrantes de Hamás colocan explosivos (¿simulados?) en el cuerpo de un niño)

Es muy sencillo hacer germinar la semilla del odio en los seres humanos. Por eso es nuestro deber apostar por la paz e inculcar este mensaje a las generaciones venideras. A los niños de todo el mundo para los que el día a día es una guerra. No porque la paz nos vaya a devolver a nuestros seres queridos, sino para evitar que la guerra, el hambre y la muerte se lleven a aquellos a los que amamos y están a nuestro lado.

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