domingo, 22 de enero de 2012

La chica de rojo

Me fijé en ella nada más entró a la casa donde la fiesta aun no había comenzado.

Tenía el pelo castaño, la cara redonda, con pecas muy cucas, los ojos oscuros y una mirada tierna, casi como la de una niña desprevenida que se sonroja cuando se la presenta a un invitado.
Su inglés era excelente y su español, que chapurreaba al más puro estilo guiri, no dejaba mucho que desear, de hecho, pedía que se le hablara en español, por algo sería...

Yo tuve las agallas de presentarme a ella en un correcto y bien aprendido inglés, no era menos que me correspondiera intentando hablar sobriamente el español.

La estatura no era sobresaliente, más bien normal, discreta casi del montón, cosa que tampoco es primordial. No obstante no era por su estatura, ni por el a veces absurdo diálogo que manteníamos por lo que yo notaba aquel sentimiento que irradiaba: era todo, la Belleza y el porte, todo en uno... y ese vestido rojo discretamente escotado que la hacía resaltar de las otras personalidades internacionales que allí había, como cuando se presentan los EEUU en la sede de la ONU.

Ella, en prácticamente todos los aspectos, sobresalía de manera notable por encima de las polacas e italianas, por encima de todas ellas.


Recuerdo que pasé cosa de veinte minutos (tal vez más) hablando con ella sobre sus estudios, los míos, su país, el mío y que iría a Costa Rica a seguir aprendiendo y estudiando Trabajo Social, poco más. No estaría en España más de un mes, pero pongo la mano en el fuego cuando digo que tenía algo que me maravillaría si lo hubiese conocido en ese momento, algo, algún simple dato, un gusto, una palabra, un hobbie, "algo" que estoy seguro que me hubiese hecho caer a sus pies y seguirla allá donde fuese durante semanas no correspondidas sin comer ni querer otra cosa.

Quizás era la cantidad de alcohol que para ese momento llevaba yo en sangre lo que me hacía no poder distinguir mis ilusiones de la realidad, o quizás no. Pero juraría que era como un ángel que había caído allí en medio de todo ese barullo multicultural que no cesaba de gritar y cantar, de parlotear en varios idiomas, muchos de ellos incomprensibles para mí llegados a cierta hora de la noche.


Estaba extasiado con tan solo su presencia, incluso compartí este indiscreto dato con una compañera que tras ver que incluso yo podía ser capaz de hacer locuras por merecer su mano, me animó incesante a que le hablase. Pero como era común en mí, en ese momento de éxtasis no tenía mucho de qué hablar, y mi mente no ayudaba quedándose bloqueada sin transmitirme un tema interesante y coloquial.

Soy consciente de que si hubiese forzado la conversación, yo mismo hubiese quedado como el rey de los idiotas hablando de metafísica o qué sé yo qué temas vitales o espirituales que a la doncella de rojo le hubiesen espantado, o le hubiesen hecho pensar que era algún tipo de enfermo mental enchaquetado... o tal vez no.

No podía hablar de algo que me importase con una total desconocida que me encandilaba con la simple mirada. Era algo tan extraño que no soy ni seré capaz de explicar. Sólo sé que ya le gustaría a muchas españolas parecerse a ella mínimamente.

Lena se llama, Lena. Y sé que ahora tendré que convivir con el martirio de las continuas incertidumbres y los "qué hubiese pasado si..." cada vez que recuerde que, en una mera y casual fiesta pude conocer a un ser humano con el que tal vez mi existencia hubiese cambiado tanto hasta el punto de hacerme feliz... o tal vez no.

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