miércoles, 5 de octubre de 2011

Indignaos, pero seguid remando.

Horas antes del 15 de marzo de 2011 se expanden mensajes de indignación por todo el ciberespacio. Se concretan quedadas en zonas céntricas de Madrid, Barcelona y otras capitales de provincia. El grupo “Democracia Real Ya” ha aparecido en los medios días previos a la macroreunión, y ahora, se ha extendido con un dudoso programa entre cientos de jóvenes (y no tan jóvenes) que ven la panacea de sus males en forma de manifestación pacífica.

Decenas de periodistas y sociólogos quisieron dar explicación a este fenómeno desde el punto de vista de la conspiración. Incluso parte de esas personas que en su día formaron parte del movimiento, dejaron su puesto al ver “extrañas” influencias políticas existentes dentro de la comuna, que se había formado de manera “espontánea”.

Al final, todo quedó en nada, como muchas cosas en este país. Los argumentos fueron más un sueño que una posibilidad, y las clases medias que se vieron tentadas a seguir, a resistir por la causa, abandonaron sus puestos. Los indignados quedaron abandonados, mal vistos y hacinados en un poblado chabolista que ellos mismos levantaron, comiendo, como no, de la caridad estatal.
Tuvieron valor de luchar contra el sistema, de afrentar a la policía, a los elementos, a la opinión pública. Hoy son una imagen putrefacta y vergonzosa de nuestra sociedad, apodados jocosamente “perroflautas”. Y, créanme cuando digo que han sido la última oportunidad fallida de un pueblo que veía la insurrección autónoma e independiente como una posibilidad de éxito contra la injusticia promovida, defendida e institucionalizada por parte del Estado.

Hoy ya nadie quiere levantarse; prácticamente nadie quiere parecerse ni asemejarse a ellos; nadie quiere luchar, ya ni por lo suyo, ni por el pan de sus hijos.
Yo mismo, cuando presencié en los medios el germen de una viable insurrección popular, sentí cierto miedo y cierta complicidad al mismo tiempo. Sentí ganas de unirme y de utilizar mis capacidades para dirigir esa revolución hacia una victoria claramente segura...

Pero no. ¿Quién soy yo para hacer eso? Nosotros somos los que hemos presenciado caer al pueblo en un ademán de inconformismo. Somos los indignados de los indignados, los desilusionados de las mala imagen de nuestros revolucionarios. Somos un pueblo que siente asco de sí mismo, y asco de ciertas partes de ese pueblo que ha sido el que le ha dado la mala fama al hecho de “levantarse y luchar”.

El fracaso de la revolución hispánica llegó mucho antes de gestarse. Ni se estudió la historia pasada, ni se hicieron los deberes correctamente, y por tanto, no se puede aprobar.

Uno de mis profesores de Derecho Constitucional, ilustre catedrático de Universidad, nos dijo una vez durante unas jornadas dirigidas a los jóvenes: “Vosotros jóvenes, que tenéis fuerza para cambiar el futuro, sois los revolucionarios de este siglo, pero no con armas, no con la fuerza. Sois los líderes de la revolución silenciosa, la que se conquista cada día con esfuerzo y determinación”.

Yo no puedo estar más de acuerdo.

***

Plaza de Tian'anmen, 1989. Yo llevaba tan solo unos años en este caótico mundo cuando se produjeron los incidentes que, como estudiante de Derecho que soy, considero que cambiaron el pensamiento de una generación entera.

Se dio un límite oficial de 2.600 víctimas mortales, y cinco veces más de heridos: Estudiantes, gente del pueblo que otorgó sobre la escalinata sus peticiones en un manuscrito plegado. Lo entregaron DE RODILLAS a los comisarios políticos ante la mirada del mundo. Ellos no eran anarquistas, ni marxistas, ni perroflautas. Ellos no querían destruir el Estado, sólo querían ser escuchados y provocar el cambio, un cambio positivo, no la revolución.

Justo al día siguiente, un padre (anónimo, que tuvo que huir del país para salvar su cuello de los maoístas) que había perdido a su hijo en los “enfrentamientos” (que no fue más que una carga indiscriminada de gente armada versus gente desarmada) se plantó allí con unas bolsas, le plantó cara a una fila entera de carros de combate soviéticos hasta que fue sacado de allí por otra gente.
Las cámaras del mundo, el pueblo chino, la humanidad entera, contempló ante sus ojos que un sólo hombre puede marcar la diferencia. ¿Por qué no hemos aprendido? ¿Por qué el pueblo, la juventud española, no ha trabajado para ser así? ¿Por qué, en lugar de enseñarnos a luchar conforme a nuestras ideas, se nos enseña desde la infancia a ser borregos y a no pensar?

No se puede construir un castillo sobre la arena. Esa es la idea.

De nada me sirven todas las leyes que están destinadas a mejorar el rendimiento escolar, a mejorar la sociedad juvenil. De nada sirven las protestas, ni las concesiones, ni los subsidios, ni las becas. Ningún intervencionismo juvenil va a ser positivo a la largo plazo si antes no se hacen unos buenos cimientos sobre los que edificar la política social.

¿Qué arena? Se preguntará usted.

Nuestra juventud ha cambiado a peor, le pese a quien le pese. Los augurios de los decostructivistas como Nietzsche (hace 100 años) tenían razón si miramos y analizamos a día de hoy un Instituto español (incluso me atrevería a decir "europeo") elegido al azar.

Nihilismo generalizado, caos institucional, vacío moral. La destrucción de los valores de nuestros padres, sustituidos por los de sus hijos, que no valen nada, básicamente porque la mayoría han salido de la MTV, de los 40Principales y de otras fuentes de incultura nacional, sin contar el pan y el circo televisivo y de la desinformación que se administra en vena a todos por igual.
Vivimos en una sociedad en la que el hijo debería enseñar a leer a su padre. Y sin embargo, hoy es el padre quien ruega a su hijo para que. al menos, asista a las clases.
No existe la voluntad de aprender, no existe ese valor por el conocimiento. El clásico joven ansioso de aprender está hoy martirizado, criticado y estigmatizado por una panda de hedonistas metrosexuales de gimnasio, adictos al narcisismo y al botellón.

El adiestramiento sofista de la dialéctica, que hace décadas se consideraba como el cénit de la experiencia de un jurista, hoy día ni se sospecha. Se ha perdido la voluntad de luchar.
Tal es el caos que los catedráticos de Derecho Internacional tienen casi que rogar a sus alumnos a leer “Rebelión en la granja”, para que al menos pueda entender sus explicaciones gran parte del alumnado que asiste por inercia a clase.

No hay derecho a esto. Somos jóvenes y queremos tener el pollo deshuesado y sin piel en nuestros platos, y que lo pele nuestro padre o el Estado. Pollo salido del pesebre pagado en forma de votos, que sí tienen más valor que la moral.

El espíritu de lucha no tiene validez práctica, sólo teórica. El bien y el mal se mezclan tanto que ahora sólo sirve el criterio de la mayoría, y uno solo, como individuo, teme alzarse y decir: “yo no estoy conforme”.

“Cuanto más grandes son las escuelas, más pequeñas son las cárceles”. Sin embargo, el Hombre libre se crea cada día, la política nacional e internacional tiene que alentar a la libertad de los individuos, no dando jamás lugar a maquillar el Derecho Positivo con artimañas partidistas que sólo benefician a un grupo, o a dos, o a tres, atendiendo a intereses económicos y comerciales de unos,ignorando el bienestar del pueblo, que es donde reside la verdadera soberanía.
O eso han querido vendernos incluso antes de 1978...



*Foto de Alexander Rodchenko, cartel para la oficina de publicidad estatal de Leningrado (1925)

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